La eficiencia de un líder sindical moderno debe de ser medida por sus resultados, cuantificados éstos en aspectos económicos, sociales y humanos, aunque tan importantes como su capacidad para fomentar y auspiciar la estabilidad en el empleo de sus compañeros representados. Por ello no debe ser casualidad que toda organización sindical, que tenga bajo su mando, se desarrolle y crezca paralelamente al crecimiento y evolución de la empresa con la que mantenga relaciones contractuales o laborales.
En este marco específico, el sindicalismo mexicano fue inicialmente una lucha empecinada por obtener libertades básicas encaminadas a la búsqueda, no sólo de justicia social sino de mejores condiciones de vida y de trabajo para los productores de la riqueza, recurriendo para lograr tales objetivos, a los sólidos y abundantes conceptos expresados en las ideas sociales surgidas en Europa, a mediados y finales del siglo XIX, lo que trajo como consecuencia que los hombres y mujeres de trabajo evaluaran con mayor certidumbre sus propios derechos sociales, económicos y políticos; desde el derecho a la organización colectiva, al bienestar familiar, a la seguridad económica básica, a la salud, a la educación, etc., hasta al derecho a participar equitativamente de los beneficios obtenidos por su desempeño laboral. En pocas palabras, vivir la vida de manera más digna y con el estándar que su esfuerzo productivo merezca. Sin embargo, en los tiempos actuales, a diferencia de ese sindicalismo de antaño, el sindicalismo actual queda formalmente comprometido a abrir paso a una relación de trabajo más civilizada para maximizar sus propios objetivos, en los que se verán reflejados avances alentadores, en los cuales también predomine para sus militantes la ausencia de desigualdades e injusticias económicas y sociales.
Desde luego, esta metamorfosis sindical en México, aún dista mucho de ser comprometida y, mucho menos estar terminada, sin hablar de rezagos o del sindicalismo colgado en el tiempo, que no resuelve ni siquiera el problema de su propia subsistencia. Por consiguiente, hoy más que nunca, el argumento con que apoyo esto es que la organización colectiva de trabajadores que no se adapte a la evolución de su empresa o que no esté ligada a su progreso, estará irremediablemente abocada a no cumplir con la misión que la historia sindical le tiene encomendada.
En cualquier caso, el dirigente moderno de un sindicato de trabajadores debe estar consciente de que en los tiempos actuales toda organización sindical que se aferre a métodos de trabajo pasados de moda perderá eventualmente su propia base de sustentación, al no hallar su membrecía en la propia organización de defensa colectiva, las respuestas adecuadas a sus necesidades de progreso y su propio bienestar familiar.
Del mismo modo, el dirigente sindical de hoy debe sentirse obligado a mantener en alto sus convicciones sindicalistas y, por ende, el común denominador que lo impulse será optar por un camino más prudente en la realización de sus tareas colectivas y por otro lado, ante los retos que habrá de enfrentar en el presente o en el futuro, pugnará por trabajar más a fondo con aquellas habilidades humanas que desarrollen mejor cooperación entre el grupo de trabajadores y la empresa correspondiente.
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